De padres y revoluciones – Enric Berenguer

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¡ Qué lejos los tiempos en que Blake, al calor de la Revolución, anheló el fin del reino del padre ! Su Nobodaddy[1], dios celoso, acechaba desde las nubes, entre pedos y eructos. Su ira contra toda felicidad que no cumpliera sus oscuras leyes desencadenaba el sacrificio masivo de la guerra o el personalizado de la horca. Para ello contaba con encarnaciones terrestres en los reyes y los obispos.

Años antes, el conde de Sade, padre libertino del famoso marqués, educando père-versamente[2] a su hijo, aconsejaba : « entregarse a todo lo que se presenta : eso te hace más digno de ser amado »[3]. Él mismo había desposado a la madre de Donatien para acercarse al objeto de turno de su avidez : la insatisfecha esposa del Príncipe de Condé, decano entre libertinos. Desde el final de esta aventura – Voltaire solía reírse con las del clan[4] – la madre de Sade se recluiría en las Carmelitas de la rue d’Enfer. Aquel conde, no es que hiciera de una mujer causa de su deseo, condición según Lacan de père-version digna del amor.

Muerto el padre y en ominoso anuncio del futuro, el Parlamento intervino en 1768 en el « Affaire d’Arcueil », primera andanza de Donatien sancionada por una nueva sensibilidad antiaristocrática. Fin de era.

Del padre del goce oscuro, cuyo secretismo, según Blake, se ganaba el « sonoro aplauso » de las mujeres, Joyce extendió en su día el dominio al reconocerlo como síntoma – lo que ni una revolución consigue eliminar. En Ulysses, su nuevo avatar Allfather instila en cada uno, mediante Hiesos Kristos, el padecimiento del Logos « que sufre en nosotros en cada momento »[5].

Es la época del padre desvelado. Depuesto de su lugar entre las nubes y también de su poder sobre el lenguaje que nos habla, haciéndonos por tanto padecer. De él poco queda por denunciar y, en todo caso, carece del femenino aplauso. El propio Logos es objeto de depuración.

La huella del viejo padre está en los arcanos del poder del nombre, con la atribución de nombrar « hombre » o « mujer », imponiendo un destino sexuado que, incrustado en la carne, sólo podría curar la ciencia. Su Otro carecería de deseo oscuro, o eso dice la propaganda, aplaudida por entusiastas de la emancipación.

El individuo hipermoderno, dueño presunto de su cuerpo de goce, rechaza ser el fuego del altar y la mantequilla sacrificial en los que el joyciano Stephen se reconocía. Aunque algunos se arrepienten del fuego de la testosterona en su cuerpo y lamentan la herida, ahora visible y nada inmaterial, de la carne sacrificada. Los nuevos oficiantes, que dicen no pedir nada, nunca tienen bastante.

Ante nuevas revoluciones que se buscan como tales, el psicoanálisis recuerda con Lacan que lo fundamental del padre reside en el inconsciente. También que su fracaso no lo hace menos sintomático y, por tanto, residualmente eficaz. Y asiste sin asombro a la promoción de père-versiones que, caduca la del padre, se ofrecen para llenar el vacío de la vieja educación.

Mientras, la violencia del macho prescinde muy bien del padre.

Fotografía : © Dake25 – https://www.instagram.com/dakedoscinco/

[1] Blake W., « To Nobodaddy », « Fayette », Poetical Works, https://www.bartleby.com/235/108.html.
[2] Lacan J., Le Séminaire, livre XXII, « RSI », leçon du 21 janvier 75, Ornicar ?, nº3, 1975.
[3] Sade Comte de, « Lettre à Mme de Raymond », Bibliothèque de Sade (I), Le règne du père, Fayard, 1995.
[4] Voltaire, Correspondance, Gallimard, La pléiade, t. I, p. 385-386, 433 & 1393.
[5] Joyce J., Ulysses, publicación online, http://m.joyceproject.com/chapters/oxen.html y http://m.joyceproject.com/chapters/scylla.html. Traducción libre del autor.