Vivimos una época comandada por la unión del mercado y la tecnociencia que ha producido un efecto radical en la subjetividad : la pérdida de la creencia en el orden que ofrece el Nombre del Padre.
El mundo ha desestimado el crédito que antes le daba al Otro, porque se infiltró en él el régimen del autocontrol.
Los niños no admiten la autoridad del adulto, simplemente, porque la tienen ellos : estamos en la época de la dictadura del objeto, cualquiera sea la forma que tome : gadget o niño.
Una analizante decía que cuando las palabras no alcanzaban y su explicación se desfiguraba en discusión porque su hijo no aceptaba el límite, se ponía insistente y la situación escalaba, ella terminaba diciéndole al niño que ella se iba a ir unos minutos a su cuarto con la puerta cerrada. Lo hacía para poner paños fríos. Demostraba un saber hacer del que no tenía conocimiento – razón por la que vivía su decisión con angustia y culpa.
Cuando el límite no opera barrando al niño, el límite precisa ser ubicado en otro lugar, o sea, barrando al otro. Alguna puerta hay que cerrar ; hoy no es la del cuarto del niño castigado, es la del de la madre. De este modo ella se sustrae y deja caer el objeto que no se podía soltar. Ahí hay transmisión de un deseo no anónimo.
En un mundo donde el objeto está a mano, apto para ser consumido a toda hora y luego ser desechado, ¿ cómo sancionarlo perdido desde y para siempre ? Poniendo en juego su cesión de alguna manera. Si uno no puede disputárselo al niño, entonces, habrá que ubicarlo cediendo el propio.
Esas escenas donde se lucha por tener el mando evidencian que la autoridad como tal está perdida, que no hay Otro sino otros. En estas situaciones lo que en verdad está en juego son el objeto mirada y la voz. Es preciso que el otro, partenaire del niño, de alguna manera, acceda a restarse y ceda el objeto en el que se han transformado, por un lado, el niño para su madre, y por otro, la madre para el niño (cada uno se vuelve objeto del otro), y produzca un corte.
En un mundo sin falta, la falta precisa ser engendrada de alguna manera. Transmisión es hacerle saber al niño que puede haberla. Eso es darle una herramienta para que no quede solo : sin Otro y a cargo de encarnar la ley. Porque si la tiene que hacer él, ya no es la ley del deseo, es la propia, la de su libertad : una ley de hierro.
Hay transmisión en tanto y en cuanto alguien, cuando hace falta, se encarga de épater[1] y de redistribuir el goce. En ese acto hay, también, don de amor. En esta época, se trata de impactar, no bajo el modo de acceder a hacer semblante de comandar[2], sino bajo la forma del amor : dar lo que no se tiene a quien no lo es.
Entonces, ¿ qué autoridad pueden tener los padres en un mundo que ya no cree en la autoridad ? La de transmitir que hay la posibilidad para cada uno de la cesión del propio goce. Se trata de cernir el punto más real de lo que es la operación de transmisión, ese que solo se puede hacer en acto y por lo tanto solo transforma al propio sujeto. Pero es una apuesta : apuesta a que, a quien está carente de las herramientas del padre, algo de ese acto lo toque y le lleve a saber que las hay y de qué orden son.
[1] Lacan J., El Seminario, Libro 19, …O peor, Paidós, Buenos Aires, 2011, p. 204.
[2] Lacan J., « Conferencia en Ginebra », Intervenciones y textos 2, Manantial, Buenos Aires, 1988, p. 142.
Fotografía: ©Laurence Malghem