En su autobiografía titulada El inquieto. Autorretrato de un hijo, un pintor, un loco[1], Gérard Garouste da testimonio de la forma como él capturó las fallas de los padres, las suyas primero, pero también las de la Iglesia y la pintura. Sin engañarse, se asigna como misión reparar la falla del « canalla » de la guerra, el tirano doméstico y antisemita que expolió los bienes de los judíos. Negándose a convertirse en su cómplice e instrumento, intenta superar ese sentimiento de engaño para denunciarlo e inventarse una nueva filiación : « Mi nombre es una jurisprudencia. Es necesario reparar »[2].
Es haciéndose incauto de un discurso particular, el del mundo del Arte, como se inventará a si mismo frente a esa falta de nominación, sin el apoyo de ninguna herencia : « Yo, salí de la nada [ …] La escuela no me abrió ningún camino. No me habían transmitido nada. »[3] Sus manos revertirán la maldición familiar.
Niño en la luna, disléxico, buscando escapar de las violentas cóleras del padre, se refugia en el dibujo. « La única cosa que me hacía existir en relación a la maestra y mis compañeros, era el dibujo […] para mí era una cuestión de supervivencia. El dibujo me permitía tener una identidad. »[4]
Para este inquieto, los padres de la familia, de la religión y la escuela no le enseñaron nada ; hasta la escuela de Bellas Artes, descartada por aburrimiento. Es siendo estudiante libre de la Escuela de Louvre que se concentra por la primera vez : « Sentía que ahí había una salida, en la punta de mis dedos estaba mi fuerza »[5]. Desde entonces, la pintura, junto con la literatura, el hebreo y el psicoanálisis, participará en esta torsión frente a lo real y al goce.
Tras toparse con la figura del pater familias,se interroga sobre la figura de la pintura y la vanguardia con Picasso : « ¿ Qué hacer después de él ? […] Duchamp […] había renunciado a la pintura, decretó el objeto como obra y al artista como aquel que mira »[6]. Es la lectura de esta frase de Roland Barthes que lo saca del impase : « es porque el lenguaje está cerrado en el mismo que el escritor puede escribir »[7]. Finalmente, decidió crear respetando la regla. A contracorriente de aquellos de su edad que hacen fotografía, instalaciones y performances, él « se dirige hacia el original en lugar de lo original »[8].
Dos desencadenamientos corresponden, uno al primer embarazo de su mujer y el otro al nacimiento de su primer nieto. En sus episodios maníacos, de pronto, todo hace signo : « Era agradable esta sensación de no existir […] me sentía libre. Desaparecía »[9]. El delirio – elucubración de sentido – fracasará allí donde la pintura y la escritura constituirán un nudo.
Es un sueño bajo transferencia que estará al origen de su regreso a la pintura después de diez años de profunda depresión. Él escucha una voz : « Sabes, en la vida hay dos clases de individuos, ¡ los Clásicos y los Indios ! Esta frase se estrelló contra mi noche como una verdad. La voz off era como un tercer personaje que me indicaba mi camino. »[10]
Jugando con los colores de la ironía y la perturbacíon al tiempo que sigue las reglas del Arte, el Indio-Clásico encuentra su propia manera de pintar, su propia lengua, como el artífice de un saber hacer que hace hoy en día excepción.
Referencias del autor :
[1] Garouste G., Perrignon J. (avec), L’Intranquille Autoportrait d’un fils, d’un peintre, d’un fou, Paris, L’Iconoclaste, 2009. [La traducción es nuestra]
[2] Ibid., p. 23.
[3] Ibid., p. 78.
[4] Garouste G., Grenier C. (avec), Vraiment peindre, Paris, Points, 2021, p. 7. [La traducción es nuestra]
[5] Garouste G., Perrignon J. (avec), L’Intranquille, op. cit., p. 78. [La traducción es nuestra]
[6] Ibid., p. 79.
[7] Ibid., p. 90.
[8] Ibid., p. 95.
[9] Ibid., p. 109.
[10] Ibid., p. 127.
Traducción : Katia Alvarez Soto
Relectura : Fernando Gabriel Centeno
Fotografía : © Fred Swoboda