El Padre Síntoma – Kepa Torrealdai Txertudi

Hartos del padre

Asistimos al final de la era del padre, un final de una hegemonía que aseguraba un cierto orden simbólico. Un tiempo que acaba, aunque todavía produce un malestar importante que es denunciado por múltiples movimientos sociales, que nos alertan de la necesidad de estar despiertos ante los últimos coletazos del patriarcado. Lo que viene se promete mucho mejor, más libre, más ético y asegura una autodeterminación y felicidad ilimitada. Este despertar sin embargo no contempla los equívocos ni las oscilaciones de las subjetividades actuales, ni tampoco la existencia del inconsciente.

¿ Qué es un padre ?

En un primer tiempo en la obra de Lacan el padre, como significante, tiene una función de interdicción, que regula y logifica el Complejo de Edipo y el mito de Tótem y Tabú.

Pero este padre reducido a su significante, no alcanza para cernir lo vivo del corpus freudiano. ¿ Dónde quedan las pulsiones ? ¿ Dónde está el goce ?

Todavía estamos en una fase en la que lo pulsional, lo vivo del cuerpo, está incluido en lo imaginario, y se espera que lo simbólico, en este caso el Nombre-del-Padre, lo metaforice.

Podemos afirmar que nos encontramos en un plano ontológico. En un plano en el que la pregunta que se presenta es por el ser. ¿ Quién soy ? ó  Qué soy para el Otro ? Una pregunta que se responde a través del ser. Podría concebirse a través del fantasma que une el sujeto del significante con el goce, todavía en su vertiente imaginaria. Formación que nos introduce en los enredos del ser y el deseo. Enredos que desembocan finalmente en una nada.

Por otro lado, se nos presenta en la última enseñanza de Lacan a partir de la introducción de la noción de « Hay-de-lo-Uno », un cambio de propuesta. Todo el planteamiento del plano ontológico del ser, quedará reducido a lo imaginario y ahora se tratará de abordar lo real. Lo real como aquello que insiste, aquello que la respuesta desde el plano ontológico no alcanzaba. Se trata de lo que itera. De lo que persiste. Ya no se trata de las formaciones fugaces del inconsciente a modo de lapsus, sueños o actos fallidos. Sino de lo que no cambia, de lo que no cede con la interpretación. De lo que resiste. De lo que se constata. A este plano se le llama el plano de la existencia y deja de ser imaginario para definirse como real. Y aquí se aborda lo real del goce en lo particular. Es lo que merece llamarse síntoma.

El padre síntoma

Desde esta perspectiva el padre es un síntoma. La función del padre es hacer síntoma. Esta versión del padre, ya no es la del padre de lo universal freudiano, sino que se encuentra en el nivel de la particularidad del síntoma. Estaríamos en el plano de la existencia. El síntoma existe. Lo constatamos en la clínica. Ya no está del lado imaginario, de lo que se puede decir, de una formación de palabra. Sino que cae del lado de una escritura indeleble. Está inscrito a modo de una letra en el cuerpo. Tiene más que ver con un acontecimiento de cuerpo. Con algo que se sintió una vez, y se repite siempre de la misma manera. Un Uno del goce que itera.

Pues bien, « este padre »[1], concebido a modo de marca iterativa es una buena brújula para orientarnos en la clínica de la modernidad líquida, donde todo es fluido, todo es nebuloso…

Fotografía : ©Elena Madera

[1] Cf. Miller J.-A., « La orientación lacaniana. El ser y el uno » (2011), curso pronunciado en el cuadro del departamento de psicoanálisis de la universidad Paris 8, clase del 6 de abril & 4 de mayo del 2011, inédito.