Lacan se interesa prontamente por las estructuras elementales de parentesco « y desde ese punto, precisamente, se abrió paso hasta la estructura del discurso analítico »[1]. Este le permite escribir los cuatro discursos, cada uno de los cuales es un modo de tratar la imposibilidad – tal como Freud lo indicó, de gobernar, de educar, de analizar, y Lacan añadirá, de histerizarse[2] –. El inconsciente tiene la estructura del discurso del amo y el discurso del analista permite leerlo, como una lógica. El Nombre-del-Padre viene al lugar del Edipo freudiano para destacar su valor de función, operando como el S1 del discurso del amo. Tanto la metáfora paterna como la escritura de los discursos implican una separación de la función respecto de las personas reales. Revelan que la función paterna ni es una sustancia ni está ligada al genitor per se, si bien es preciso que alguien la sostenga. Pero hoy no comanda el discurso del amo, sino su torsión, el discurso capitalista. Un antidiscurso que no provee ningún modo de tratar la imposibilidad porque no la contempla, y por lo tanto, no hace lazo.
El padre como significante, cumple la función de obstáculo[3], en tanto Nombre-del-Padre produce la barra de interdicción entre el niño y la madre. En la clínica, encontramos hoy las consecuencias del declive del amo antiguo y de la función paterna, como efecto de esta torsión en el discurso del amo. Se afecta así la función de obstáculo, de barra de interdicción.
En el sujeto parental, los efectos van desde la desorientación hasta el rechazo a sostener la función paterna, vivida como represora, según el imperativo de gozar sin represión que anima el discurso capitalista. En efecto, el padre no debe imponer su goce, « pero si no quiere saber nada de su goce, se reduce entonces al ideal del padre de familia »[4]. Este impasse sume en el malestar a muchos parlêtres en el ejercicio de su parentalidad, que consultan por las dificultades que localizan en los hijos. Estas actúan como un espejo que les retorna la imposibilidad pero vivida como impotencia. Afectan la posibilidad de sostener la función paterna en tanto lazo con un deseo, capaz de épater la familia.
Sin embargo, pueden ser una ocasión si el sujeto se presta al encuentro con un psicoanalista. El marco de la transferencia permite desplegar las propias coordenadas hystóricas, donde toman relieve las cuestiones que se han jugado para ese parlêtre singular en la relación con su propio padre, y el lugar que él ocupó como hijo. Será la lectura del propio síntoma la que permitirá una orientación.
Hay, entonces, en juego, una elección de parentalidad. En este sentido, me parece interesante recuperar una afirmación de Miller del año 1998 que puede ser una orientación hoy : « así como hablamos de sexuación, o sexualización, debemos hablar de parentalización ; hay una elección de los padres como hay elección del sexo »[5].
Referencias del autor :
[1] Miller J.-A., « Observaciones sobre padres y causas », Introducción a la clínica lacaniana, Barcelona, RBA Gredos, 2006, p. 135.
[2] Laurent É., Lacan y los discursos, Manantial, Buenos Aires, 1992, p. 15.
[3] Cf. Miller J.-A., « Observaciones sobre padres y causas », op. cit., p. 143.
[4] Laurent É., « El lugar irreductible del padre », Nobodaddy, Blog PIPOL 11, 26 de febrero de 2023, disponible en línea.
[5] Miller J.-A., « Observaciones sobre padres y causas », op. cit., p. 144.
Fotografía : © Marie Van Roey