El padre suficientemente asombroso – Geert Hoornaert

© Fabien de Cugnac – http://cugnac.be/

La palabra « patriarcado » designaba tradicionalmente el predominio históricamente indiscutible del significante « padre » en la estructuración cultural. Hoy, su campo semántico ha virado del Otro al Uno; en su forma máxima, designa una sustancia invisible pero decisiva que, antes de cualquier consentimiento, infiltra abusivamente al sujeto.

Estos dos enfoques del patriarcado tienen cada uno su propia versión de lo que Éric Laurent llama « lo irreductible del padre »[1]. El patriarcado clásico postula una trascendencia necesaria para cualquier cultura. Esta cultura elige un elemento – a menudo el padre – en el lugar de « mediador » y operador antropológico, a partir de donde las subjetividades tienen que situarse en estructuras elementales. Mediador, ya que en última instancia sería el derrame y la difusión de una sustancia religiosa lo que empuja tanto la evolución humana como la subjetiva, incluso hasta en nuestras sociedades aparentemente más secularizadas. En efecto, la « precondición » del intercambio intersubjetivo sería el derramamiento top to bottom de la libido divina que el padre traduce en éros social. Esta « permanencia » de lo teológico-político », necesaria por « la imposibilidad de una sociedad que se ordene en una pura inmanencia a sí misma »[2], sería – Géraldine Muhlmann hace esta lectura – « el secreto de los filósofos »[3] : detrás del Otro, encontramos, con el semblante divino, genitor y matricial, el Uno.

Mirándolo bien, el patriarcado « diabólico » no constituye más que el reverso de este patriarcado celeste.

Efectivamente, si el padre puede declinarse en una pluralidad de versiones, todas estas convergen en una sustancia tóxica cuyo dominio sobre el sujeto resulta de una père-version Una e irreductible. Promovido así como la clave de la infamia universal, este « Uno » de un poder finalmente desenmascarado proporciona las comodidades de una ideología laica de la cual cada uno podrá declararse víctima.

Al privarlo de la doble referencia al Otro y al Uno, ¿ qué aporta el psicoanálisis sobre el padre ? ¿ Qué demostración más elocuente de su « secreto »[4] que la clínica del padre ? Siempre demasiado presente (Marie-Hélène Blancard) o insuficiente (Élisabeth Marion), acusado de frenar el goce o, por el contrario, de desencadenarlo (Arcali Teixido), buscando (Anne-Marie Thomas) o no ocupar su lugar, ¿ no es siempre y fatalmente humillado por lo real (Lucia Icardi, Emmanuel A. Rodríguez), y de ser así reducido a no ser más que un Nœudbodaddy[5] ? No una nada (Vanessa Mikowski), ni mucho menos, sino más bien como algo que puede funcionar como uno de los nombres de las suplencias del agujero que el psicoanálisis sitúa en el centro del Otro.

Lacan llegó a reducir su tarea a una especie de performance ; lejos de deber representar o encarnar un poder, debe, manteniendo una brecha entre lo simbólico, lo imaginario y lo real, ser lo suficientemente asombroso como para merecer el nombre de padre. El patriarca ya no impresiona más ; para los padres, uno por uno, hay futuro.

Referencias del autor :
[1] Cf. Laurent É., « L’irréductible place du père », Nobodaddy, Blog Pipol 11, 26 février 2023. [La traducción es nuestra]
[2] Lefort C., Permanence du théologico-politique ? (1981), Essais sur le politique : XIXe-XXe siècles, Paris, Seuil, 1986, p. 295. [La traducción es nuestra]
[3] Muhlmann G., L’Imposture du théologico-politique, Paris, Les Belles Lettres, 2022, p. 116. [La traducción es nuestra]
[4] Cf. Lacan J., Le Séminaire, livre VI, Le Désir et son interprétation, texte établi par J.-A. Miller, Paris, La Martinière/Le Champ freudien, 2013, p. 353. « [L]e grand secret de la psychanalyse, c’est – il n’y a pas d’Autre de l’Autre ».
[5] N.d.T : el autor juega en francés con la palabra Nœud (nudo) y nob, en Nobodaddy.

Traducción : Jesica Varela
Relectura : Marlith Pachao

Fotografía : © Fabien de Cugnac